Año 2060 | COLUMNA

Recuerdo que en el 2020 el mundo se paralizó por una pandemia y todos perdimos a seres queridos, se generó desconcierto y retomamos poco a poco a la normalidad. 2 años después se publicó un escrito 1 de los cientos que publiqué y me hizo recordar una historia de mi época de colegio, una quellamita Chachapoyana que fue víctima del covid-19 (nombre del virus)

PERDIENDO EL TIEMPO. PARTE 2/2.

45 días antes de aquella noche del teatro: En un desvío de ruta de mis actividades, pasé a convertirme de estudiante esmerado en acompañante de una cita medieval. Donde me dejé llevar de la intriga, para espectar en vivo de las famosas citas a escondidas, ahí a espaldas del hospital de nuestra ciudad, so pretexto de aprender a manejar bicicleta. Pero más creo fue para entender el significado de eso que llaman ser violín. Al llegar conocí al afán de mi amigo; era guapa, pero nada comparado con la acompañante, que al igual que yo, también llevaba el letrero de violín en la frente.

Ella, tenía un hermoso lunar a 3 milímetros de la nariz por el lado izquierdo. Ella, llevaba el cabello amarrado con carmín color celeste. Ella, esparcía credibilidad y tenía la pinta de religiosa por la forma de vestir, como para encajar mi perfil de monaguillo. Mientras la pareja ponía en marcha su actuar de telenovela, yo improvisaba explicando a la amiga, la historia de lo rara que era mi bicicleta monark, y lo chúcara que era a veces conmigo. Finalizamos la tarde con un: ¡Qué lindo eres! entendiendo años después, que es sinónimo de buena gente.

25 días antes de aquella noche de teatro: en una de esas reuniones de amigos, descubrí que; aquél amor platónico de la que tanto hablaba mi compañero de carpeta, era la misma persona de aquel día de mi papel de violín. Es incomodo encontrarte en una situación de combinación entre miradas (con ella), y escuchar cada palabra de halago combinado con pavura de mi ilusionado amigo. A lo mejor, ella, quería que yo la saque a bailar y no la entendí. A lo mejor, ella me envió un mensaje al chotear a mi compañero, cuando éste, al fin se había decidido sacarla a bailar, coincidentemente aquella bendita canción de moda: Pa los coquitos, entendible, el por qué desde entonces, le tengo bronca a esa canción.

05 días antes de aquella noche de teatro: La volví a encontrar en el mercado cuando yo acompañaba a mi jefa en su puesto. Tenía que mantener la seriedad en mis clases de venta. Es en ese momento, cuando se me acercó a saludar y preguntarme si iría al teatro y que le gustaría verme ahí en el gallinero, (segundo piso del Félix castro). De tan solo pensar, en los méritos que tenía que hacer para disuadir a mi madre que la tenía al costado y pensar en la estrategia del permiso, era la misión imposible, aunque, ya su mirada me decía todo lo que tenía que saber.

Fue una semana ferviente para mí. Incluso en mis noches de monaguillo ya no le hacía renegar a la madre Vicenta, ni el frio detenía mis días de natación después de las 6 de la tarde allá en la piscina de la villa, y hasta se me dio por aprender a jugar básquet como seminarista pero en las canchas del glorioso San Juan, sin imaginar lo que sería esa noche en el teatro, algo para el olvido con aquella escena que sin ser víctimas y culpables, por ambas partes, fuimos desertores prematuros de una posible experiencia, que no le permitimos darle un final feliz, desde el momento que decidí bajar las escaleras de regreso a casa.

01 día después de aquella noche de teatro: 6:05 am. Me levanté como todos los días, así entre nos, no por mi afán madrugador. Mi madre contribuía mucho en eso, en mi época de estudiante. Aclarando que ni por ser fin de semana se prolongaba aquel mensaje: “¡Ya! a levantarse”. Sueño a parte, la intriga se me vino en el instante, tratando de justificar mi martirio, que no sé si fue por despecho o por entrometido.

38 días después: A pesar de todo, quería una explicación en vivo, pero sólo la representó una carta (mi primera carta) que tenía su nombre como remitente y una bicicleta monark como estampilla. Es en ese momento que actué con eso que tenemos dentro y no lo sabemos; el famoso orgullo. Como para resistirse siquiera a abrirla. Si bien es cierto no la boté, pero si lo mandé al exilio en forma de baúl de los recuerdos, que por ser de buena madera y hecho por el mejor “carpintero” osea mi padre, se resistió a morir en el tiempo.

20 años después: En mi afán de ordenar mi trilla, encontré ese sobre con estampilla de bicicleta monark, totalmente sellada y esperando ser leída. No peco al decir que me costó mucho recordar de quién era, pero la curiosidad me llevo a abrirla. Resaltando aquellas líneas finales y entre borrosas que expresamente alguien me decía:

Zurdo: tu amigo se me declaró en el gallinero y me quede fría. Mi reacción fue preguntar por ti y me dijo que no te dejaron salir. Sé que estuviste esa noche ahí, aunque nunca te vi, pero sí mi amiga que te vio salir. No me arrepiento de la cachetada que le di a tu amigo por abrazarme sin permiso. Fui a tras de ti, él tras de mí y mi amiga tras de él. Pero nuca te alcance. No sabes cómo me sentí. La semana pasada fue el cumpleaños de María, me dijo que te invito, pero nunca llegaste. Hace instantes te dedique esa canción que está como el disco de oro de la semana, espero que lo hayas escuchado: “Otro día mas sin verte” de Jhon Secada. Quiero que sepas que eres muy especial para mí, porque yo sí creo que te gustaba tanto como tú a mí. No tardes, que estaré esperándote.

Lo leí el 2013, 20 años después, uno se conecta con las historias del pasado y las recuerda con nostalgia, porque son parte de tu vida. Yo; solo tendría que decir a mi favor: Gracias mi Chachapoyana, por tu sentir y por tu aclaración. Nunca me enteré de la fiesta, menos escuché esa canción, y lo que es peor, nunca llegué a expresar mi declaración de 14 líneas cabalísticas. Un aprendiz de 80 años.

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