Columna | Cuando Universitario de Deportes era copero

Hace 2 días se cumplieron 44 años. Fue el 24 de Febrero de 1979 cuando un modesto equipo de Universitario le encajó 6 goles al clásico rival, por entonces lleno de figuras. Ocurrió en el mismo fortín de Matute y fue por Copa Libertadores. Se han cumplido 44 años y las imágenes de aquella tarde calurosa, vivida en La Victoria, aún resuenan y destellan en mi memoria. Ellas me otorgaron la pulsión necesaria para rescatar y contar la historia, en clave de crónica y relato. Espero se animen a recorrerla. 

CUANDO LA “U” ERA COPERA ⚽️ 

1 –  

Ingresamos a la tribuna Oriente y, una vez más, como la primera vez, como toda la vida, el verde se reveló imponente, intenso, rotundo.  

Faltaba 1 hora para el inicio, para el momento de la verdad. Escogimos nuestros asientos, en el corazón de la barra. La inmensa bandera crema ya había sido desplegada en lo alto. Un cornetón estaba listo para empezar su dale que dale; lo hinchaba un inflador, cebado por unos brazos potentes, desde la pura pasión. – ¡Vamos por las tabletillas! – aquellos adminículos de madera que amplificaban el sonido de las palmas, cuando la hinchada se encendía y llegaba el tiempo de convocar el Olimpo crema. Traíamos sed de triunfo, teníamos hambre de gloria. 

Al frente estaba la barra brava de Alianza, en la tribuna Sur, a esa hora colmada y calentando motores. Su cantico resonaba estruendoso a los cuatro vientos, al ritmo de los golpes de un potente bombo que pretendía imponerse y dominar la tarde. Multitud de banderas blanquiazules, que ondeaban de aquí para allá, brotaban de todos los puntos de aquella inmensa masa que se contraía y se expandía al ritmo del bombo, víscera gigante, enorme sístole y diástole – ¡Corazón Alianza Lima, corazón para ganar! –  

Los minutos avanzaban y la guerra en las tribunas estaba desatada. Nosotros, tabletillas en mano, dejábamos el alma en cada golpe, tratando de doblegar el bombo que, desde el frente, sonaba cada vez más endiablado. – ¡Dale carajo, dale con fuerza! – ¡Ta, ta, ta, ta – Y dale “U”! –  El calor nos incendiaba. Muchos se batían desaforados, el torso desnudo y las melenas empapadas. Los gritos y las arengas eran cada vez más enloquecidos. Ya nada importaba, era como si el mundo, allí mismo, se fuera a acabar.  

2 – 

Habíamos salido muy temprano. Doblamos la esquina y enrumbamos en dirección al estadio. Hervía el horno de Febrero, era 2 de la tarde y el sol caía, perpendicular y despiadado, sobre el cemento de las calles de La Victoria. Mi hermano y yo veníamos sin los atuendos de costumbre: nada de camisetas, vinchas, ni perifollo alguno que delatara nuestro corazoncito crema. Era una locura exhibirse de ese modo allí, donde hasta el mismo diablo tendría que estar atento y pisar firme; nos estábamos internando en la entraña brava y picante del pago victoriano. Éramos hinchas, pero no suicidas. Fanáticos, pero no cojudos… 

Avanzábamos por las estrechas veredas. Atrás quedaban antiguos solares, quintas y callejones. Era tarde de sábado y de Clásico, el gentío y la vocinglera habían tomado la calle. Era también mes de carnavales y había que estar atento para no ser víctima de algún baño artero, recibir un vejamen de esos hubiera sido un mal presagio y tan deshonroso como salir goleados. En tales preocupaciones andábamos, cuando de pronto se reveló ante nosotros la mole color cemento del estadio Alejandro Villanueva. Lucía sus frisos blanquiazules y sus 4 torres metálicas, coronadas por ramilletes de reflectores. La avenida estaba colmada por un tumulto abundante y creciente, un enorme cardumen humano. Luego de sortear a las revendedoras, aquellas damas que nos salían al paso, con su índole apropiada para la regencia de alguna casa de lenocinio, alcanzamos la Av. Abtao. Habíamos llegado, a formar fila, a cuidarse de los caballazos y los carajeos de la policía montada. Mientras tanto, los canticos y la tambarria de las barras, se oían cada vez más fuerte y más cerca. 

3 –  

Principiaba 1,979. Días de retorno a la democracia y de música disco, de Francisco Morales Bermúdez y los Bee Gees. Los Militares estaban de salida, en las fiestas “rayaba” Saturday Night Fever y todos nos creíamos Travolta. Meses atrás habíamos tocado el cielo y conocido las honduras del infierno, cuando la participación de la selección en el mundial Argentina 78. El año nos traía la emoción de la Copa Libertadores, tocaba medirnos con los equipos brasileros y con el archirrival de toda la vida. Ellos eran los bicampeones y Universitario el sub campeón. Los Íntimos tenían un cuadro lleno de estrellas y la “U” era un equipo proletario; no estaba más el linaje de apellidos ilustres, todos habían emigrado. Los dirigía un viejo conocido de la casa: Roberto Scarone, un estratega uruguayo ducho, curtido en mil batallas. Don Roberto estaba de vuelta, con toda su sapiencia y muy poco presupuesto supo conformar un equipo de 11 guerreros. Había que apreciar cómo corrían y como luchaban. La fiesta llegaba cuando brotaba el talento de un joven volante que lucía el 8 en la espalda y las medias negras caídas; era alto y pelucón, blanquiñoso y llevaba en la sangre los genes de una estirpe talentosa para jugar al futbol: era Germán Leguía Drago. 

Alianza Lima, por su parte, tenía un 11 poderoso, base de la selección peruana en el mundial 1978. Su mediocampo fue elegido por la célebre revista El Grafico, a la mitad del torneo, como la volante ideal. El mejor 6, el mejor 8 y el mejor 10 del mundo eran peruanos y eran blanquiazules: Velásquez, Cueto y Cubillas. Al terminar el año, Velásquez y Sotil dejaron el equipo. No obstante, mantenían su poderío, quedaba el genio de Cubillas y la magia de Cueto. La batuta la llevaba otro estratega uruguayo, el “histórico” Juan Eduardo Hohberg. La partitura era sencilla, había que buscar al cerebro, al mago, para que frote la lámpara que llevaba en su pie izquierdo: Cesar Cueto. Más allá esperaba atento el otro el otro brujo, el “Nene” Teófilo Cubillas, con su aureola de súper crack y su electrizante pique corto. Adelante, en punta, el “Tanque” Guillermo la Rosa. Este, sin más trámite, recibía, avanzaba y vacunaba; rastrillaba y mataba; de derecha, de zurda o con la contundencia de su testa morena.  

4 –  

Cuando los equipos aparecieron en el verde todo fue un loquerío, desmadre completo, el acabose total. Los cánticos sonaron como nunca y la tarde se nubló de papel picado, era el recibimiento del pueblo futbolero. A través de la bruma apenas podíamos ver las fotos, saludos y calentamiento. Los parlantes silenciaron valses y polkas, se escuchó la voz que presentaba las alineaciones.  

Todo iba quedando listo para el choque. Las cosas se calmaron y pudimos ver a los 22 actores desplegados en el verde. De un lado los morenos, impresionantes efigies de ébano. En el centro de la formación, la presencia temible del “Nene” Cubillas, manos a la cintura, 10 escarlata en el centro de la espalda y medias a la mitad de la pantorrilla; lucía sus 10 insignias, una por cada gol anotado en torneos mundiales. A su derecha su socio, Cesar Cueto, “El poeta de la zurda”, mirada serena, ya parecía estar urdiendo sus primeros versos. Delante de los 2, la estampa monumental del “Tanque” La Rosa. Al frente, estaban 11 guerreros y un solo espíritu. No había pergaminos, pero estaba la historia, con su legado de garra y su estirpe copera. Los hombres cremas esperaban, con el cuchillo entre los dientes, que el árbitro pite el inicio.  

5 – 

Eran las 3.30, del 24 de Febrero de 1979, cuando resonó el pitazo del juez, el partido había empezado. La expectativa rebalsaba el ambiente, desbordaba el estadio. Coronaba el borde de Oriente y discurría por Abtao. Alcanzaba la cima de Sur y se deslizaba hacia Isabel la Católica. Era una lava caliente y burbujeante, que nacía en la misma entraña de la pasión. Las 2 escuadras salieron decididas a imponer sus armas. Pronto se formaron los duelos. El “Nene” Cubillas sintió la aspereza de Fredy Cañamero, que no estaba dispuesto a comer cuento. Adriazola y su zurda cumplidora fueron sobre William Huapaya que, con su porte fornido y sus bigotes de charro, ostentaba potencia y velocidad. Gastulo usaba su técnica para calibrar la habilidad, fría y sagaz, de Fredy Ravello. Germán Leguía, a pesar de su metro noventa, buscaba escabullirse del acoso de Arturo Vargas. Los 3 delanteros de la “U” se movilizaban y trocaban posiciones. En medio, la redonda, que iba y venía. Eran la técnica, la habilidad y los galones de los íntimos, frente a la garra y entrega de los merengues. Era el Clásico, la contienda que, desde los tiempos de Alejandro Villanueva y “Lolo” Fernández enfrenta 2 escuadras en un rectángulo verde de 100 por 50 metros para dividir una nación futbolera, encender pasiones y hacer del futbol una fiesta. 

Temprano empezó la lluvia de goles, el primero fue aliancista. El segundo fue el empate de Universitario. Vale retratarlo. Llegó un centro de la derecha que encontró bien posicionado, dentro del área, a Ernesto Neyra y, cuando todos esperaban su disparo ocurrió la sorpresa, la maniobra inesperada: el debutante levantó la pierna izquierda y la dejó pasar, se hizo un auto túnel. La defensa se descolocó, el balón siguió su curso y llegó mansito para explotar con el zurdazo en primera de David Zuloaga que la mandó al fondo del arco. ¡Oriente estalló y las tabletillas convulsionaron! El gol lo convirtió Zuloaga, pero la maniobra clave fue del “Chivo” Neyra. El mérito era suyo, estaba haciendo su debut triunfal con un simple amague, sin siquiera haberla tocado. Universitario se fue victorioso al descanso, minutos antes había anotado el segundo, autogol de Cesar Cueto.  

A las 4.30 se inició la segunda parte. Los goles siguieron llegando. Primero fue el de Alejandro Luces y luego la respuesta de Fredy Ravello. La “U” estaba 3-2 arriba. Pronto llego el cuarto. Fue el mejor de la tarde. JJ Ore recogió un centro y de un remate en primera, contrabote, la clavó allá lejos, arriba, en el rincón imposible para la estirada del arquero. A esta altura la balanza ya se inclinaba hacia el lado crema. Germán Leguía era Napoleón Bonaparte y conducía a su elenco con destreza y autoridad. Los nombres aliancistas no pesaban. Cueto y Cubillas estaban ausentes; los que deambulaban en el césped eran sus fantasmas. La tarde se llenó con el aliento que bajaba desde lo alto de Oriente ¡Ta, ta, ta, ta – Y dale “U”! Alianza volvió a descontar, pero pronto llegarían los goles finales, decisivos como sablazos. A Roberto Scarone le quedaba un as, lo guardaba bajo la manga de su vistosa camisa blanca con puntitos negros: el ingreso de Carlos Palacios, un joven centro campista, alto y de figura esmirriada, pero dueño de un talento y desparpajo enormes para jugar. La hinchada crema esperaba siempre sus apariciones, faltando 30 minutos, para que desnivele con su gambeta larga y su atrevimiento, para que coloque sus pases medidos con teodolito, que sabían ser medios goles. Allí estaba, listo para ingresar, recibiendo las últimas indicaciones del técnico. El desenlace llegó, dos goles más entraron. El del “Chivo” Neyra fue el quinto y la cerecita la puso “El Huevo” Adriazola. El marcador final fue 6-3. Un marcador histórico, tan contundente como merecido.  

La tarde victoriana se tiñó de crema. La dicha se había instalado en Oriente. Las tabletillas, satisfechas, recuperaron su paz. Los cánticos sonaban potentes y no tenían cuando acabar – ¡ Esta es la “U”, el mejor de los equipos…! – Nos esperaba un retorno feliz. ⚽️ 

Escrito por Erik García Santander
De mi Fan Page “Hablemos de Fútbol, con el Arquitecto de la Crónica”
26 de Febrero 2023 

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