“La Esperanza” otro regalo de Santa Lucía

La historia señala que, entrado el pasado siglo, el valle de los Chilchos fue el escenario de una desconocida enfermedad. Uno a uno, chicos y grandes morían sin saber si el enemigo estaba en el agua o en el aire. Así, el éxodo de un puñado de familias partiría hacia los linderos de lo conocido y estaría determinado por la esperanza de iniciarlo todo nuevamente. Este grupo de colonos sería entonces el germen de la actual comunidad de Montevideo, Colmena de los Chilchos.

No fueron pocas las personas que dejaron de existir en aquella desesperada travesía. Lucía sería el nombre de una de las más jóvenes vidas que no pudo resistir tal esfuerzo ante el mal. De mirada zarca y de cabellos claros, se trató de una niña grácil que hallaría sepultura en el corazón de un valle truncado de misterio, aguas cristalinas y milenarios árboles que siguen librando batalla.

Tras el rezo de un quinto salmo ensordecido por la lluvia y la borrasca de los torrentes del valle, y el llanto de los viajeros prestos a la tarea de enterrar a una de los suyos, la infantil sonrisa que aquel día se apagaba sería quizá capaz de conmover incluso a aquellas montañas que cederían a cambio un milagro. Al cabo del último amén, la lluvia se detuvo con prisa y enseguida dio paso a reanudar la sinfonía de aves que acompañan la súbita paz de los bosques montanos de este lado de los andes. Un horizonte despejado ante la caravana de hombres y mujeres, les permitió entonces divisar con renovada fe la opción de coronar la cordillera siguiendo el cauce del río que hoy lleva el nombre de aquella niña beatificada por sus aguas y la esperanza de los suyos.

Conocí esta historia al calor de las velas en el valle de Santa Lucía. Tras vivir unos días en aquellos escenarios y en el contexto de una pandemia, resulta inevitable re pensar el respeto hacia aquellas dramáticas tierras de tránsito, un valle prístino con zurales y profundos cañones que por fortuna han sabido conservarse a sí mismas por la dureza del esfuerzo físico que demandan a personas y las más recias bestias de carga el coronar su generoso cuenco.

Ni nos perdimos, ni salimos lastimados. Era prudente esperar a que el cielo nos diera la oportunidad de salir a buen recaudo, pese al equipamiento de campo que la RED AMA pudo facilitar para navegar en este espacio poco conocido.

Lamentablemente no hubo manera de comunicar tal angustia para serenidad de propios y extraños, pero grata fue la sorpresa de encontrar al otro lado de la cordillera tantas voluntades juntas. Mientras mis cansados caballos llegaban de memoria al portón de la casa campaneando alforjas, un campamento de amigos me esperaba ensayando nudos y discutiendo mapas para nuestro rescate. Luego los mensajes y llamadas de amigos de la infancia, del colegio, de los foros, las redes, familiares y de comunidades vecinas más el despliegue de tantas instituciones se iba reseñando entre abrazos, bromas y gestos de adhesión. Las lluvias y la emergencia actual no fueron excusa, muchos saben que no tenemos familia aquí y aquella noche fue lo más parecido a estar en familia desde hace mucho tiempo.

No fue un viaje de placer. Fue una salida sensata a la luz de las destrezas de Antonio y Jarlan, comuneros jóvenes como yo dados a la tarea de explorar. Las amenazas y potencialidades que cuenta este valle deberán ser discutidas en la intimidad y privacidad de la asamblea de su propietaria comunidad, considero que la conservación tiene que pisar tierra y mojarse hasta que el barro supere a las botas para que tenga futuro y sentido. Encontrar alternativas económicas a la ganadería y la tala con el bosque en pie hoy por hoy sigue siendo el reto que debe superar el romanticismo de esta historia, pero aquellas respuestas han de proponerse y ponerse a prueba desde adentro. Esta es el dilema que muchas comunidades enfrentan y que -a título personal considero- el turismo como proceso multisectorial y complejo no siempre podrá respaldar a tiempo en estos territorios.

Montevideo es ahora una comunidad campesina asentada en el flanco Este del Valle Utcubamba, sus tierras fueron compradas por aquellos colonos a la antigua comunidad de San Pedro de Utac y han sabido dar abrigo a las casas más notables de Chachapoyas, Santo Tomas, Leimebamba y cercanías dada la producción de tejas que encontró aquí su epicentro. Montevideo no es solo el nombre de una localidad que conjuga la noción del monte y de la vida, sino que además representa además para el extraño la garantía de gente virtuosa en los artes de la construcción, la madera y el campo.

Quise aprovechar la resaca del momento mediático que se generó para narrar un poco de todo, aún no termino de procesar algunas partes de esta aventura. Si imaginé que mi amada esposa no sabría disimular la angustia, pero jamás imaginé la cadena humana que se armaría en tiempo récord tras superar el límite de una espera prudente. Hago esto inspirado en historias humanas muy cercanas plegadas a la conservación de la naturaleza, espero ahora combinar aquello con más voluntades rurales y fuertes hacia buen recaudo. Agradecimiento especial a mis compañeros de viaje, jóvenes inquietos y realistas que entre bolo y bolo de coca tienen muy en claro que encontrar otras formas de vivir con el bosque es una carrera contra el tiempo y una estrategia de equipo.

Antonio y Jarlan tuvieron el privilegio de coronar la caída de una cascada por primera vez en nuestro cuarto día de exploración, llegaron justo cuando un haz de luz atravesaba la caída. Llegaron a mí, aún tocados por ese momento, se abrazaron y gritaron de cansancio y alegría al gozar de un premio que ponía juntos todos los elementos en un solo marco: luz, agua, piedra y brisa. Si algo terrenal no es lo más parecido a la puerta del cielo como lo describieron, honestamente no sé qué más podría serlo. Les comparto la imagen, esperamos reanudar esfuerzos tras recuperarnos de las fatigas en coordinación con la Directiva Comunal.

Yo creo que Santa Lucía lo hizo una vez más, a quienes hemos escuchado el canto del Columpio Viejo (Myadestes ralloides), ave asociada al agua y abundante en este lugar les resultará inevitable imaginar a ella ahí, meciéndose entre peñas y bejucos, observando traviesa a las pocas personas que la han visitado. Santa Lucía nos regaló otro milagro para todos los que cabemos en esta historia, nos regaló aquello que hoy por hoy todos precisamos y eso sin duda es: “La Esperanza”.

Fuente: Leonardo Díaz Guibert 

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