Columna | Los años maravillosos aún en épocas de Covid-19

Una de las series fuera de serie, que sin duda es la réplica de muchas historias de cada quien, suburbios que a más de uno le sirvió para crear historias en cualquier época, en especial a muchos de los 90’s fue “LOS AÑOS MARAVILLOSOS”. Particularmente adaptaré una historia compartida de esta exitosa serie, muy al estilo propio con lo que uno puede recordar 25 años después y gracias al obsequio de la serie completa por mi gran amigo Kikin.

A Winnie Cooper también llamada Chachapoyana la he regalado un cartucho hecho en madera. Tenía que ser una réplica para no dañarlo con el viento y clima chachapoyano. “Es original y de buena madera, adquirida del taller de mi padre”, le digo y ella no me cree (seguro sabía lo malagracia que era para la carpintería). Winnie Cooper me pone una cara de desconfiada, como alguien diría: “no tiene muchos años pero la hicieron daño”. Le propongo una salida de miércoles para pasear por el parque Belén y con suerte también en la plazuela de Burgos. Ella, aún irreligiosa por mi poco convencional regalo, acepta después de unos segundos. A Winnie, que también se llama Chachapoyana, la recuerdo con afán “kevinarnoldiano”. No fue mi primera novia, pero Winnie, o Chachapoyana, no tiene que ser eso. Los verdaderos años maravillosos no regresan con la primera enamorada, sino con la primera vez que te enamoras (que no es lo mismo, que no es lo peor, al contrario es lo mejor).

Ya el día se ponía oración (atardecer) y era sinónimo de acelerar nuestras tareas para ver por el cuanti único canal PANTEL en mi cajón de 14 pulgadas a blanco y negro, la serie más esperada. Apenas sonaba la canción de presentación de Joe Cocker (años después supe que era un barbón garganta de lata, todo un genio) me sentaba para ver mi programa favorito. De lunes a viernes me adueñaba de la pantalla, ponía en pausa las tareas, ni el anexo del teléfono instalado en la sala, descontrolaba nuestra quietud y concentración, porque en 1991 el celular aún estaba por Ganímedes (años luz). No importaba si los platos del lonche seguían en la mesa, anunciando quizá una gritada de mi madre, indicando que ya se enfría, mucho menos si los silbidos de los socios del barrio alarmaban para alguna travesura. “Los años maravillosos” fue lo más entretenido en mis atardeceres, por muchos años. Creo que es la mejor serie que haya disfrutado en mi infancia y adolescencia.

En algún momento creo que quisimos ser un Kevin Arnold por lo pícaro que fue, aunque por torpezas y cercanías físicas nuestro perfil se acomodaba más a Paul Pfeiffer (el amigo nerd y super fiel que se le rebeló en los últimos años de la serie). Es más, no solo podría afirmar que todos quisimos ser Kevin (en pasado) sino también que hoy, en esos cuerpos treintañeros que están entrando a los 40, aún llevamos dentro a ese Kevin adolescente que siempre regresa al bosque Harper para relatarnos con esa voz (de la conciencia o la experiencia) un recuerdo vivido y aprendido, en mi caso a lo mejor solo escribiendo aquellos años maravillosos.

¿Por qué Kevin Arnold? Porque era un soñador como tú y como yo, porque no necesitó escuchar a Nicola di Bari para ser el último romántico. Siempre aparecía en el lugar y momento equivocado. Mis respetos para el guionista de esta genial serie, quién encontró en la identificación una posibilidad de larga vida el nombre perfecto. “Los años maravillosos” o “The Wonder Years” no por algo, duraron seis geniales años. Desde el año 1988 al año 1993.

Ese Kevin Arnold donde todos se vieron reflejados en algún momento, el ultimo de 3 hermanos, de combinación alucinada y tierna a veces, o esa Winnie Cooper que las chicas tienen derecho a identificarse, con un toque de torpe y desconfiada. Pero así como tiene dudas (las dudas de chiquilla que a veces regresan) también tiene el corazón salvaje de los jóvenes. Al respecto, ya en mí época de universidad le volví a hablar a Winnie, que también se llama Chachapoyana, sobre mi capítulo favorito de la serie llamado “El accidente”. Cuando Winnie trata de crecer rápido, deja a Kevin, se va con chicos más grandes y en una de sus arriesgadas travesías tiene un accidente automovilístico. Kevin se entera y la espera en la puerta de su casa, Winnie vuelve chancada y con muletas, pero no lo quiere ver. Aun así a Kevin no le importó y se trepó a un árbol para posar en su ventana para convencerse (y convencerla) que él estará siempre para cuidarla toda la vida.

Si te identificas con un Kevin Arnold es por que existió alguna Winnie Cooper en tu vida, con múltiples sinónimos: de primer amor, amor de tu vida, la de siempre, la de ahora, la que regresa, la que no envejece, la que ahora ha vuelto a estar sola, la única que sabe, la ex novia perfecta, la novia que dura y durará, la esposa, la que te espera o simplemente la tan ingrata Winnie, con otro nombre y otro apellido en tu memoria. Porque nuestra vida también fue una serie de televisión.

Winnie Cooper puede ser la persona que creció y vivió en tu misma ciudad, en tu barrio. Que juntos contigo la emoción fue compartida sin importar si terminaran juntos o no, si salir era lo correcto o no. La que te vio partir varias veces, sin saber a dónde te llevará la vida en los próximos años. Nunca sabremos si, como en la serie, ella viajará a otro lugar y unos años después tú la recibirás en el aeropuerto de Chachapoyas casado y con hijos.

Retomando ese episodio que ya me acordé, es el 66. La voz en off decía: “Mañana, a las diez en punto, veré a Winnie Cooper también llamada Chachapoyana. Le daré un cartucho de madera, no diré mucho, no diré más. Winnie que también se llama chachapoyana, hoy es una amiga muy especial y sabe que no tendré que recitarle declaraciones de amor ni mucho menos sintonizar baladas o enviar cartitas para explicarle que si algún día tiene otro contratiempo, otro accidente, yo treparé al árbol, cual Kevin Arnold, para evitar desde cualquier parte del mundo que alguien siquiera intente hacerle daño.

En este mismo capítulo al final suena una canción que es genial, yo en ese aspecto, recién me he propuesto a escucharla, empujado por mis clases de inglés. Se llama “We’ve got tonight” de Bob Seger. Te la recomiendo y por favor, tranquilo, no te emociones o deprimas, Esa esquina cualquiera de Chachapoyas, ese parque de Belén, ese coliseo, esa plazuela de Burgos o nuestra plaza principal, o quizá esas iniciales grabadas en una penca a las afueras de la ciudad, se vengan a tu mente y te trasladen en el tiempo para decirte que tú también viviste una historia en aquellos años maravillosos.

Lo justo es culminar este relato cuasi imperfecto, con la frase final de la serie, relatado con la voz en off de Kevin Arnold, diciendo y resumiendo: “Las cosas nunca son como las planeas, crecer sucede en un latido. Un día estás en pañales, y al día siguiente te vas, pero los recuerdos de la niñez permanecen contigo todo el camino. Recuerdo un lugar, un suburbio, una casa, como muchas casas, un patio como muchos otros patios, y una calle como muchas otras calles. Pero lo curioso es que, después de todos estos años, aún lo recuerdo, maravillado”. The-end”.

Un aprendiz de 80 años.

Actualidad

error: Content is protected !!