Saliendo de Misa

Llega un momento de nuestra Vida, que nos volvemos incrédulos, eso que llamamos corazón duro. Desde ahí solía decir que soy católico de las calles, y no de las iglesias. Decía, ojalá que las misas con esto de la modernidad sean desde nuestra casa, echado en nuestra cama, comiendo algo, porque si no es pan como en nuestro desayuno, la hostia era mero simbolismo. Hoy me doy cuenta y debo decir que no. Nada se compara con esa energía que sientes en la casa de Dios, esa paz que te devuelve y hasta te puede hacer una mejor persona. Hoy más que nunca se extraña.

Lo mismo debe pasar en los demás lugares de oración y toda institución.  Es cómo te sientas y cómo te vuelves como persona respecto al prójimo. No sé cuándo se volverá a rezar en una iglesia, no sé si cuando eso pasé los creyentes ingratos como yo, retornaremos raudos al encuentro con Jesús.  Pero lo que, si estoy seguro, que esta magia de la FE, hoy por hoy está volviendo más creyente a las personas, aunque lo nieguen y a su manera.

Estoy seguro que si salimos de está, porque sé que saldremos, seremos mejores personas.

Hace 25 años leí un mensaje de despedida a mis compañeros de colegio que alguien me preparó y sin sentido mío: “compañeros, que en la vida más que formarnos como buenos profesionales, formemos en nosotros buenas personas”. Esa frase lo grabé y lo llevaba conmigo cual amuleto, pero sin entenderlo ni darle valor, tal vez porque eso sólo se entiende en el camino.

Sonará duro lo que diré, pero no nos quejemos por nuestras carencias. Hoy ya no existe enemigos, no es válido las diferencias, no es válido rendirse. Es hora de honrar y sacar lo mejor de tu profesión, tu creatividad y el don que tienes, es hora de demostrar autoridad de aquellos que elegimos, pero si te aferras a vivir en tu indiferencia, a lo mejor tu hora ha llegado de partir.

Yo necesito de ti y tú necesitas de mi para salir de esta guerra.

¡No te cierres!

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