La aventura con ese tal COVID-19 | COLUMNA

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“Nadie despierto lo esperaba quizá nuestros miedos en nuestros más profundos sueños”.

Nosotros todos somos personajes de una película global mal llamada “Cuarentena”, prisioneros voluntarios irónicamente en nuestras propias casas (en mi caso en un albergue). De hecho no sentimos el impulso de revelarnos pues ya fuimos adiestrados por décadas por el “sistema”, no estamos preparados para esa fuerza ni ese poder.

Esta historia inicia en el mes de marzo, después de un verano maravilloso con mis hijos y un febrero enamorado del tenis con raquetas y pelotitas nuevas que siempre quise desde niño y que solo veía por la tele.

El 20 de marzo después de haber observado y estar en tensión con cierta incredulidad que llegue lo de Wuhan-China, me disponía a retornar a Perú, con documentación en regla (migraciones), pero todo se suspendió, el tránsito internacional (aéreo, marítimo y terrestre) todo cerrado.

Acudí al Consulado para no perder los trámites y billetes de viaje ya adquiridos, la respuesta fue inmediata nos atendió el Cónsul en persona y nos sentimos esperanzados, fui asignado a un albergue para pernoctar y atenderme con lo básico.

Ya instalado en el lugar escuchaba noticias de todas partes del mundo, como recordarán ustedes día a día pasaba algo nuevo, igual aquí; cuarentena total y nosotros estábamos “atrapados” y esperando adaptarme junto a mis nuevos compañeros, al lugar y horarios. Así transcurrieron tres semanas llenas de todo tipo de sentimientos, solo me acompañaban el amor de mis hijos, de mi familia y un amor especial de nombre Arisu Kireina, gracias.

Al finalizar la primera semana de abril ya para el 08 exactamente, cuatro compañeros (y un joven, hallado en Constitución) presentaban síntomas de un resfriado fuerte, dolor de cabeza, ojos rojos y debilidad, ellos fueron llevados por el encargado al hospital, dieron positivo y ya no regresaron.

La gran mayoría de nosotros estábamos con restricciones y hacinados en el albergue, los alimentos llegaban solo en descartables, se adoptaron medidas extremas, era demasiado tarde, el “bicho” como lo llaman aquí al virus, ya había hecho su chamba (lo cual demuestra su altísima capacidad de contagio). Se activaron la alarma y el protocolo.

Hay confusión, temor, desconcierto total.

Nos organizamos en grupos y luego los delegados nombraron un solo representante para coordinar con el encargado y su equipo, así se hizo; el Vice Secretario de Gobierno en persona acordó que el testeo e hisopado sea en el mismo local, al día siguiente el cuerpo médico y personal de salud estaban listos para hacer su trabajo. Se realizó el chequeo y las pruebas a todos… todos (incluye personal que trabajaba en el albergue).

Al iniciar la cuarentena habían 200 personas entre varones y mujeres, aquel día en la fila solo quedábamos 108, creo que todos íbamos imaginando y viendo pasar nuestra vida entera mientras llegaba el turno para la toma de muestras, 79 dieron positivo al COVID – 19.

Nos indicaron acomodar todas nuestras cosas y alistarnos para partir a un aislamiento en soledad, una vez ahí nos dividimos en dos grupos, había desunión producto del miedo (por los rumores de que el gobierno había alistado lugares para llevar y cremar a los pacientes graves), aún con todo, el primer grupo se fue como se dice “a la de dios”.

En la noche volvimos a tener una “reunión” algo rápida y preguntamos a donde nos llevarían y cuales serían las condiciones, nos comunicaron que estaríamos en un hotel acondicionado para pacientes considerados como asintomáticos, en mi caso días antes tuve fiebre fuerte y dolor de cabeza la cual pude controlar con ibuprofeno de 500 mg, que una colaboradora me la dio a hurtadillas, lo peor estaba por venir.

Los demás síntomas llegaron juntos, ojos rojos, pérdida de apetito, no olía nada, también perdí el sentido del gusto, cierta sordera y la cabeza como zumbido de abejas a lo lejos, debilidad y dolores en el pecho y en la espalda.

Nos trasladaron en buses todos acondicionados y herméticos desde el local al hotel, hubo resguardo total, no se cómo hicieron para evadir a la prensa, al llegar descubrimos que era el hotel Buenos Aires cerca al Microcentro por Alem (Pto. Madero), para bajar habían cerrado las cuadras, habían mallas en el piso, todo parecía una película, demoramos como hora y media, el ingreso era de uno, a mi me tocó el sexto piso del edificio.

Ya en mi habitación que era la 606, fue cuando me sentí desfallecer, pasaron muchas cosas por mi cabeza, desde ganas de despedirme de todos hasta llorar sin parar, quedé como había llegado por un largo rato, sentado en la orilla de la cama, ido, ensimismado en mi pesar, hasta que el timbre del teléfono de la habitación me sacó de ese trance… ¡Fuaaaa el cagazo que me tiré! dirían los argentinos, la verdad es que me asusté mucho, a la tercera llamada respondí:

  • Aló
  • Hola Wiliam, soy el médico de turno, estamos instalados en la planta baja ¿Cómo te sientes, cuánto de temperatura tienes, qué necesitas?

Quise decirle ¡Quiero ir a casa! pero casa esta lejos, vi el termómetro marcaba 39.2, sentía que iba a morir y realmente tuve mucho miedo por dejar solos a mis hijos, ellos necesitan de mi apoyo todavía.

El teléfono celular, compañero fiel e inseparable, me indicaba con un timbre la llegada de mensajes, pocos pero valiosos, dentro de los cuales estaba uno de Gabriel, un joven maravilloso, porteño él, que me decía que le pidiera lo que fuese, lo conocí por los libros, compartimos aquella pasión, le hice una lista de cosas y días después junto a su novia fueron llevándolas al hotel.

Una mañana desperté, el reloj marcaba las cinco de la mañana, no recuerdo cómo ni en que momento me había quedado dormido, al despertar sentí mucho calor, pensé que era la fiebre, inmediatamente me tomé la temperatura, el resultado fue 36.4, estaba bien… otra vez el fono, era el otro médico de turno, le di detalles de mi estado y me propuse atenderme a lo Chachapoyano, como me enseñó mi madre, y con el soporte e indicaciones de ella, si, ella que me ama.

Piqué las cebollas de cabeza menudito, el jenjibre y dientes de ajos igual, todo fue mezclado con miel de abejas (una botellita que traje de Perú) y me lo tomé, a pesar de no tener el gusto, fue desagradable pero lo tenía que hacer, luego tapé el huequito de la canilla (lavabo y caño) con papel higiénico, vertí agua bien caliente, añadí el mentol y las hojas del eucalipto, luego coloqué las toallas, que eran grandes, me cubrí toda la cabeza y parte del torso e inhalé aquel vapor que se iba hasta lo más profundo del alma.

Aún no olía nada, nada sabía a nada, realicé el tratamiento por cuatro días, con una dosis de jarabe especial y un mini sauna personal, luego baños prolongados a media temperatura para relajarme (como terapia de agua), por aquel entonces dormía y solo dormía. No recuerdo el día pero me dieron ganas de correr las persianas, saqué medio cuerpo por la ventana que era exageradamente grande, para poder recibir los rayos de sol, los primeros en semanas, por el ángulo del sector del edificio, de los tres que forman el hotel, el sol se ponía de costado de 15 a 20 minutos y los aprovechaba al máximo.

Cierta mañana, después de mi jarabe habitual y el mini sauna, empecé a toser exageradamente al punto de expectorar mucosidad con pequeños indicios de sangre, era la sensación más desagradable del proceso, sufría contracciones, me dolía la garganta y mi cuerpo vomitó todo, luego de eso sentí como si mis oídos se abrieran, tuve mucha hambre como si hubiera trabajado duro cual peón, me serví comida de los tapers, había milanesa con puré, mi cafesito torrado que estaba amontonado, porque la verdad no recuerdo si había comido los días anteriores de aquella semana crucial.

Al abrir las bolsitas sentí el aroma delicioso y atrapante hasta lo mas sensible de mi gusto, probé la milanesa… un momento… ¡Podía oler y probaba la comida! quise saltar y bailar, así lo hice ahí en mi soledad, era feliz.

Pensé en mis compañeros que pasaban por lo mismo, salí por la ventana a gritar, se abrieron casi todas las ventanas hasta el piso 10 y fue un griterío a lo argentino y peruano, todos estábamos ahí, vivos.

En los días posteriores nos enteramos que cinco jóvenes y ocho nonos (abuelos) no volverían nunca, una colaboradora me entregó una mochila mediana, le pertenecía a uno de los jóvenes con quien había entablado amistad, tenía casi diecinueve años, había venido de Comodoro y Rivadavia, él quiso que yo entregue a su hermana su DJ y un documento que era de su casa en su lejano pueblo, dentro de sus cosas encontré un “porrito”, me consuela saber que vivió su vida a su manera y quiero pensar que fue feliz antes que este maldito Virus llegara.

Transcurridos los catorce días de aislamiento en el hotel, fuimos trasladados al albergue llamado Bepo Ghezzi (Centro de inclusión social).

¡Buenas vibras como siempre para todos ustedes!

Diario COVID – 19 (Sinopsis/Resumen) (Code 70/43/606)

Por: Wiliam Tinoco

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