“Mi nombre es Perú” | Conoce a los jóvenes que trabajan a favor de sectores más necesitados

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A Álex Yampis la pandemia del coronavirus lo tomó por sorpresa, viviendo con su novia, la hermana de esta y una sobrina, en una habitación alquilada por el mercado Ceres, en el distrito de Ate.

El año pasado terminó de estudiar Administración de Redes y Comunicaciones y empezó a trabajar. El joven de 24 años nació en Achuim, una comunidad de medio centenar de familias de la etnia awajún, en el distrito de Cenepa, provincia de Condorcanqui, región Amazonas. En awajún, “achuim” significa “aguaje”.

Cuando inició la emergencia sanitaria, él contaba con algunos ahorros para sobrevivir. Pero, dos semanas después, “mis hermanos wampis y awajún”, que habían suspendido sus labores en Amazonas y en otras regiones del país, empezaron a contactarlo y pedirle su apoyo. “Ellos estaban sufriendo exageradamente”, recuerda.

Primero apoyó de su bolsillo a una decena de personas, pero las necesidades se multiplicaban. Hizo gestiones infructuosas ante el Plan Binacional Perú-Ecuador.

Se unió a Iñigo Maneiro, un vasco que vive años en el Perú, para apoyar a los awajún. Decidieron crear un grupo cerrado en la red social Facebook, donde solicitaron ayuda.

Para cuidarse y cuidar a los beneficiarios, se optó por hacer depósitos directos a sus cuentas. Ellos compraban víveres, pagaban los alquileres de sus habitaciones y enviaban fotografías que servían de evidencia. La ayuda no era malgastada.

Álex inició esta labor el 1 de abril y la sostuvo hasta la semana pasada, cuando se agotaron todos los recursos y muchos de sus paisanos regresaron a Condorcanqui o ya encontraron trabajo.

Con los 74,200 soles recaudados, se pudo ayudar a 1,278 personas. Muchos beneficiados fueron estudiantes y madres solteras. A otro grupo, el dinero le sirvió para medicamentos, víveres; o el traslado y asistencia para los grupos de caminantes que retornaban de Lima, Chiclayo y Piura a Condorcanqui. También pudieron ayudar a la construcción de una planta de oxígeno para Santa María de Nieva.

¿Qué piensas del Perú próximo a cumplir 200 años? “El bicentenario es una muy buena oportunidad para ser mejores. Para que todos, indígenas y mestizos, nos reunamos sin importar el color o la raza. Como hermanos tenemos que resolver los problemas y ser mejores”.

Aunque pasó por dificultades económicas, para Álex el dinero recaudado era sagrado, destinado a sus hermanos. “Gracias a otros hermanos, he sobrevivido. Ahora que no hay cuarentena en Lima, me incorporé al trabajo. Pero ya no puedo seguir aquí.”

Álex es huérfano de madre; y su papá, le apoya desde su comunidad. En agosto, viajará a Achuim. Dice que cuando pase la pandemia, volverá a Lima. Su próxima meta es estudiar Ciencias Políticas.

Construir un “nosotros”

Álex es uno de los seis rostros de la campaña “Mi nombre es Perú”, que se lanzó a escala nacional. Al respecto, Gabriela Perona, directora ejecutiva del Proyecto Especial Bicentenario de la Presidencia del Consejo de Ministros (PCM), explica que la cruzada es parte de las acciones con las cuales se inicia la “cuenta regresiva” hacia julio del 2021, cuando conmemoraremos el Bicentenario de la Independencia.

“El objetivo es plantear una ‘narrativa común’, de construir un ‘nosotros-Perú’, hecho con la diversidad de visiones y sueños de cada uno de los peruanos, sobre todo en la generación que recibirá el bicentenario. Y forjar un cambio en nuestros valores de convivencia, buscando el bienestar individual, de las familias y comunitario”, comenta.

En la campaña se destaca a peruanos y peruanas que son referentes y ejemplos para un país diferente. “Cada uno de ellos representa un esfuerzo por transformar el país”, comenta Perona. Este grupo de personajes representa “una generación que se hace cargo del cambio.”

Aprender a valorar

“Una lata de Coca-Cola me cambió la vida”, recuerda Vanessa Vásquez, otro rostro de “Mi nombre es Perú”. Era el 2013 y tenía 33 años. Había pasado por un par de “situaciones complejas” y sus padres decidieron darle el último y mejor regalo: enviarle de viaje al otro lado del mundo.

En Tailandia, a donde llegó en compañía de una amiga, empezó a sentirse mal. Pensó que era por el aseo de los inodoros que dejaban mucho que desear, o que se trataba de una infección urinaria. Las fiebres subían a 40. Iban y venían. Y le dolían mucho los riñones. Un día empezó a botar espuma por la boca, se desmayó y despertó en un hospital. Diagnóstico: septicemia generalizada.

“Hasta ese momento, solo pensaba en mi crecimiento profesional y no me importaba lo que pasara a mi alrededor”. La publicista permaneció 10 días internada en un nosocomio del Asia. La atendían una enfermera, un médico y un voluntario. Después, en los aeropuertos de Nueva York y de Miami, mujeres “en una situación (económica) distinta a la mía”, de oficios humildes, al verla en su estado, recorriendo los pasillos de los megaaeropuertos en una silla de ruedas, sin conocerla, la socorrieron. Una de ellas, peruana que trabajaba en limpieza, le regaló una lata de Coca-Cola. Otra la recibió en Miami, la bañó, le lavó la ropa; sino, no te van a dejar abordar ese avión, le dijo. La única forma de agradecimiento que encontró Vanessa fue darle esa lata de gaseosa.

Entonces nació otra Vanessa. Empezó a valorar y a ayudar. “Quise devolverle a la vida el poder estar con vida”. A los cuatro meses, cuando ya se sentía con más fuerzas, fundó la oenegé Juguete Pendiente.

Se trata de una plataforma de ayuda humanitaria que busca “la humanización del ser humano, darle la mejor calidad de vida, pero no desde el lado del asistencialismo sino con proyectos de sostenibilidad”, explica.

Desde el 2013, uno de sus brazos, Salud Pendiente, ha ayudado a más 168,600 personas; además, tienen un voluntariado hospitalario que, hasta antes de la pandemia, trabajaba en el Instituto Nacional de Salud del Niño de San Borja (INSN-SB) brindando contención emocional a las familias y el mejoramiento del ambiente hospitalario, con ludotecas, bibliotecas y material médico; amén de campañas de donación de sangre.

Para los tiempos del covid-19, se ha afianzado dos de los proyectos: Alimento Pendiente, que abastece semanalmente diez ollas comunes y beneficia a más de 70 familias; y Educación Pendiente, que busca, mediante mentorías vía internet, ayudar a niños y jóvenes con clases particulares y complementar sus estudios con repasos, gracias a profesores particulares.

Vanessa está contenta, acaba de inaugurar este mes, Hogar Pendiente, un refugio temporal en Surco, gracias a la alianza con el INSN-SB, la clínica San Gabriel y la casa Ronald Mc Donald. Brindarán hogar y alimentación a 250 familias desde hoy hasta diciembre, que viene a Lima porque sus hijos están con algún tratamiento complejo en el nosocomio samborjino.

Todo es posible gracias a la donación de empresas y a la “microfilantropía”, los granos de arena que suman, de personas de a pie que quieran donar para una determinada causa.

¿Somos los peruanos solidarios? “Lo somos, pero nos olvidamos muy rápido. Por ejemplo, cuando ocurrió la deflagración del camión cisterna en Villa El Salvador se movilizó ayuda, pero luego se olvidaron y se desentendieron a esas familias. Lo mismo pasa con las heladas en la sierra. La donación es muy estacional o circunstancial. Creo que deberíamos ser observadores e interiorizar nuestra situación para poder sumar a la mejoría del país desde donde estemos”, opina.

Ahora, junto con su pareja, Neil, y su papá, son la base del proyecto. Con ellos trabajan 20 personas en logística, psicología, contabilidad y comunicaciones, haciendo posible Juguete Pendiente.

“Yo no puedo sentir más que orgullo de representar a mi país, está en las manos de los jóvenes, peruanos y peruanas, poder reescribir la historia que tanto queremos cambiar. Es momento para seguir sumando, para poder dejar un país como soñamos o queremos”, dice.

Dato

Más información sobre la campaña en: https://bicentenariodelperu.pe/minombreesperu/.

Fuente: Andina

Actualidad

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