Volver a mi tierra

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Regresar a Lámud. Es un poco volver a mi tierra; su silencio, roto apenas por tus pisadas y por cálidos saludos que te regalan los chicos que van camino al viejo Blas Valera, que te sorprenden con un cálido buenos días: Porque a los mayores se les saluda, porque junto a la costumbre de llegar temprano y a salir por la mañana con los zapatos brillantes y la camisa planchada, lo aprendieron en casa. Por qué los valores, junto a la ciega fe a Gualamita y el cariño a su Lámud, llegaron día a día cómo llega a la mesa el pan lamutino de la mañana; con un queso fresco, un huevo frito en perol y una taza de café humeante, que no sabes si es más rico porque se hizo con leña y en olla de barro, o por qué lo hizo su madre con ese ingrediente que no se toca, que no se ve, que no se compra, que no se mide ni regatea, con el que Dios bendijo a todas las madres para dárselo solamente a sus hijos. 

Por eso es que no lo olvidas, ni la fe, ni el saludo, ni las buenas maneras, ni la ciega fe al Taita Gualamita que sale en setiembre y te mira, y sabes que es la misma mirada de hace cincuenta años, cuando tu padre y tu madre lo cargaban en un acto de fe que los traía desde la vieja Chachapoyas, año a año, el viejo con su terno mi madre y su mantilla, grata peregrinación que no estaba marcada por el sacrificio o la expiación, sino por la gratitud y la devoción a Gualamita, por el cariño a esta linda tierra, a los amigos de siempre que a través de los años se hicieron compadres y acaso Hermanos, que abren sus salas al pueblo y vuelcan todo el cariño de un año sobre la visita y por que lo niegas, también por “fiestear” a lo grande. Eso, nada de eso se olvida.

Como tampoco te olvidas del monótono pero cadencioso ritmo de las shacapas, que por horas sacuden atadas a sus pies los danzantes, bailando al ritmo de un raído tambor y una antara que con una tonada ancestral y formando caprichosas sombras que proyectan decenas de velas, rinden a su sincrético modo su adoración al Dios Hijo, al Taita Gualamita, patrón de Lámud que un día decidió que esta fuera su tierra y aquí se le venerara, y si es su voluntad aquí se hace bien.

Hoy, al ver el albazo que marca el inicio de la quincena de fiestas en Lámud y que la tecnología deja ver en directo, recuerdo de pronto que nunca lo vi, nosotros llegábamos el doce, dejando atrás nuestro Cáclic y la pequeña “fiesta patronal” que significaba el cumpleaños de mi padre y que empezaba el diez por la tarde, al ritmo del acordeón, oportuna y frecuentemente refrescado por tragos y cerveza enfriada por agua de Puquio, que no debía faltar en las mesas y que como hijo menor era una misión que me correspondía y diligentemente debía cumplir.

Lámud y su fiesta cambiaron también, es cierto. Pero también es verdad que aún guardan mucho de ese sabor auténtico de fiesta que en un momento te compartieron con Chachapoyas y que por acá ya no está. Lámud es aún el lugar donde mi primo Vito se olvida del terno en Lima, junto con el estrés del trabajo y el medio siglo de años que cargamos en la espalda y vuelve a ser el que le quita el carrizo al cohete y lo dispara en el salón del mayordomo.

Y qué lindo es mi Lamud cuando lo alumbra el sol de setiembre, cuando el azul de su cielo enmarca sus cerros y, mudos testigos ven bajar por sus laderas a la gente contenta, van a la fiesta, como fueron sus padres, sus abuelos y ojalá un día también sigan bajando sus hijos. Qué lindo es mi Lámud cuando el bombo retumba en las calles y la gente va bailando al Hueche, cuando la tinya hace vibrar sus cuerdas y te recuerda qué hay que ir al santuario, que estas vivo, que la vida es buena y que lo bueno está aquí, en esta tierra, tu Lámud, mi Lámud.

Es el lugar donde de pronto puedes abrazar a los amigos de años, a los amigos de siempre. Lámud es también el lugar donde siempre el mayordomo te invitará a su casa, te conozca o no, y te hará ser parte de la fiesta, parte también de Lamud. Es donde el sabor original del folklore aún reina en las calles, el olor del zaumerio, el sonido de la banda y las shacapas sigue siendo la constante de la fe, es el lugar donde crees que aún encontrarás de pronto al viejo, junto al tío Laynes y el tío Telmo, honrando los sagrados ritos de la amistad.

Quizás Lámud sea hoy donde más está la Chachapoyas que conocí, ojalá nunca cambie. Y si cambia, que guarde siempre lo bueno de su gente, sus costumbres y recuerde su gente que es parte de un gran pueblo, con historia, con tradiciones, con valores, con fe. Que el desarrollo y el progreso no mate sus danzas, no desperdigue a su gente, no encarezca sus bienes, no haga olvidar quienes son y de donde vienen, para que el adónde van sea un camino seguro que los lleve a seguir siendo un gran pueblo con identidad.

¡Felices fiestas Lámud!

Por: Lucas Francesico Merino Vigil

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